[Santa Fe] La JP inauguró un local del Movimiento Evita en barrio Las Flores.
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Mi nombre es Juan Pablo Molineris, tengo 19 años y actualmente desempeño mis estudios universitarios en la Universidad Nacional del Litoral.
En el día de hoy se plantea en mi ser una cuestión ineludible, un compromiso inherente a mis ideas, creencias y valores.
El día de hoy soy uno de los jóvenes que asume la delicada y ardua responsabilidad de sostener y recuperar ideas y convicciones que muchos ya creían extintas en nuestra República. No poco me cuesta sostener mi ideología, no poco me cuesta ser fiel con mis acciones, pero mucho más me costaría ser indiferente a algo que mi razón me exige cada vez con mayor ímpetu.
Se ha desempeñado en estos últimos días una batalla en la Nación, una batalla entre nosotros mismos, hijos de la misma patria. De pronto, sucede algo inesperado, los problemas políticos, sociales y económicos del país son tocados en todos los ámbitos, por personas de todas las edades y provenientes de diversos sectores sociales; al estilo más argentino, escucho insólitamente hablar a personas que hasta hace poco tiempo se mostraban totalmente indiferentes a la realidad de nuestro país. Increíblemente me encuentro frente a una sociedad llena de politólogos, sociólogos y economistas. Esta repentina preocupación por los sucesos argentinos, guarda en su seno una verdad oscura, la ilegitimidad, la manufacturación de pensamientos por los medios masivos de comunicación.
Entre la serie de opiniones de estos días, he encontrado pocos argumentos realmente críticos, realmente genuinos; la mayoría de ellos copiados de programas televisivos, artículos de diarios, etc. Lo mismo de siempre, el medio pelo argentino que describía en su celebre obra Arturo Jauretche: economistas repentinos que critican las retenciones sin saber exactamente que son o para que sirven, politólogos que critican políticas del gobierno sin saber exactamente de que hablan cuando hablan de políticas, sociólogos hostiles a la lucha de clases que distinguen entre piquetes blancos y negros.
¿A alguien se le ocurrió ir más allá? Preguntarse, por ejemplo, por qué una conocida cara de la coalición cívica en "La Cornisa" (el programan de Majul) aludió al 24 de marzo de 1976 y comparó a nuestra presidenta con Maria Estela Martínez, justo dos días antes del lockout; o por qué se acusa la estabilidad de un gobierno ligado a activas políticas de Derechos Humanos contra los Genocidas de la época más nefasta de nuestra historia. Seguramente pocos. Seguramente pocos han hecho una comparación histórica con otras malas jugadas de los medios, como las que influyeron en la caída de Hipólito Irigoyen, Juan Domingo Perón o Arturo Illia. ¿Nadie se ha empeñado en recordar los verdaderos intereses de la dictadura de 1976? ¿Nadie Recuerda a su ministro de economía: Martínez de Hoz (representante de la oligarquía terrateniente) y sus políticas liberales? Claro que no, nadie recuerda, nunca nadie recuerda, ese es nuestro problema.
Muchas de estás cosas me provocan indignación, impotencia. Me provoca indignación por ejemplo que se hable de "piqueteros pagos" en plaza de mayo cuando la realidad total no es esa. Conozco a muchos jóvenes de los que estaban ahí, los conozco porque el pasado verano estuve con la mayoría de ellos en Santiago del Estero, trabajando en acciones de asistencia social, laburando en serio, determinando problemas concretos, partiéndonos la cabeza y el lomo para intentar resolverlos. Me cuesta creer que estos pibes estén pagos, porque conozco su realidad, muchos de ellos militan sin un solo peso, casi sin herramientas, lo se porque yo y mis compañeros trabajamos en las mismas condiciones. Lo hacemos porque creemos en este país y estamos convencidos de que las cosas pueden cambiar.
Nos encontramos verdaderamente cansados de que los argentinos le den vuelta la cara a sus problemas. A los pobres no se les da de comer con decir "pobre gente", se lo hace teniéndolos en cuenta, integrándolos, creando fuentes de trabajo, por ejemplo. A la inseguridad no se la combate con la indiferencia o la discriminación, se la extermina con el compromiso. Por eso luchamos por un país más justo, no porque estamos locos o aburridos, sino porque queremos que el día de mañana cuando nuestros hijos vayan a tomar el colectivo de la esquina no reciban un tiro en la cabeza a cambio de dos pesos. Por eso vamos a la plaza, por una convicción, por un proyecto de país, no por el choripán y la coca.
Es posible que nuestra lucha como muchos dicen o piensan sea en vano, y "tal vez mañana tenga que sentarme frente a mis hijos y decirles que fuimos derrotados, que no supimos que hacer para ganar, pero no podría mirarlos a los ojos y decirles que ellos viven así porque no me anime a pelear" (palabras que no me pertenecen pero me identifican).
Es preciso acotar que varios puntos del argumento del agro son legítimos, pero hay varios que no lo son. El apoyo a pequeños productores, políticas de promoción a ciertas ramas para incentivar su desarrollo, formas de retribución hacia los productores, entre otras, a modo de ejemplo, son justificables.
JUAN PABLO MOLINERIS
muesfe@gmail.com
Lo histórico y lo actual
Por Norberto Galasso *
pagina 12
Frente a los acontecimientos que suceden en relación
con el campo, ocurre que el ciudadano común se
pregunta a veces inocentemente: ¿cuál es la razón por
la cual tanto el gobierno de Perón como el actual se
atribuyen el derecho de quedarse con una parte de las
utilidades que provienen del "esforzado" trabajo del
mundo agropecuario? Reside aquí una de las tantas
trampas de nuestra historia y de nuestra política. Se
oculta que el negocio agropecuario, en cualquier parte
del mundo, tiene una renta, una ganancia, normal y
propia del capitalismo en que se vive, pero que
además, en la Argentina tiene una superganancia -que
ha sido llamada con razón "renta agraria diferencial"-
y es sobre esta que se produce hoy la acción del
Gobierno. Esto se origina en que el campo argentino
posee una fertilidad asombrosa -una capa de humus
importante que lo convierte en las praderas más
rendidoras del mundo y también un clima propicio que
evita gastos en tinglados y otros medios de protección
del animal-. En su momento, Federico Pinedo sostuvo
que en Argentina producir un kilo de carne costaba
ocho veces menos que producirlo en Francia. Años
después, Scalabrini Ortiz sostuvo que esa relación era
de 1 a 5. De uno u otro modo, esto significa que en
relación con los precios del mercado mundial, los
productores argentinos -salvo aquellos expoliados por
altos arrendamientos y con menor productividad por la
extensión de campos marginales- obtienen, cuando
venden al exterior, no sólo ganancias normales, sino
también esas "rentas diferenciales". Por esta razón,
cuando Perón les quitaba una parte de la renta
diferencial a través del IAPI y el control de cambios,
o ahora el Gobierno, a través de las retenciones, no
caen en pérdidas ni dejan de producir, lo cual
ocurriría si no existieran esas condiciones
excepcionales del campo argentino. Esta situación se
torna fabulosa cuando, además de la renta agraria
diferencial, los precios internacionales se desbordan
alcanzando valores asombrosos como últimamente, por
ejemplo, con la soja.
En la estrecha mentalidad rentística y parasitaria de
los dueños de los campos todas esas ganancias, la
normal, la diferencial y la proveniente del precio
internacional, les pertenecen a ellos por un regalo de
Dios, o de la naturaleza, como usted quiera. Para
ellos, esa ventaja excepcional no es de la Argentina,
sino únicamente de ellos, porque sus antepasados han
sido los "avivados" de la enfiteusis rivadaviana o los
amigos de Anchorena y Mitre, robándoles la tierra a
los gauchos, como denunció Hernández, o pagando a
tanto la oreja de indio para quedarse con las inmensas
estancias del sur. En esa vieja historia de
latrocinios están fundados los reclamos de hoy, que
son latrocinios también y que, a su vez, salvo raras
excepciones, tienen empleos parasitarios que ellos
mismos reconocen hoy cuando dicen que el número de
cabezas de ganado es el mismo de hace muchos años
atrás, pero que, desgraciadamente, los argentinos
somos más y les restamos los saldos exportables. Por
eso quieren exportar sin que les toquen los precios
altísimos y, al mismo tiempo, vender internamente a
esos mismos precios. A todo este panorama se suma el
trasfondo político del movimiento: suponen que con
cacerolas pueden hacer lo mismo que hizo el pueblo
contra la entrega y la impotencia de De la Rúa, pero
en eso también se equivocan. Vivimos otros tiempos y
el viejo mundo va quedando atrás indefectiblemente.
* Historiador y ensayista.